El Valor Incomparable del Reino de los Cielos

(Leer el Evangelio según San Mateo 13,44-54)

En San Mateo 13,44-54, Maran Yeshúa nos presenta varias parábolas que nos ofrecen una visión profunda del Reino de los Cielos. Cada parábola nos proporciona una enseñanza valiosa sobre la naturaleza del Reino y nuestra respuesta a su llamado.

Yeshúa compara el Reino de los Cielos con un tesoro escondido en un campo. Un hombre lo encuentra, lo esconde de nuevo y, lleno de alegría, vende todo lo que posee para comprar ese campo. Aquí, el tesoro representa el valor inestimable del Reino de los Cielos. El hombre que encuentra el tesoro se da cuenta de su inmenso valor y está dispuesto a renunciar a todo lo que tiene para poseerlo. Este es un llamado a nosotros, hermanos, a reconocer el valor supremo del Reino y estar dispuestos a sacrificar todo lo que tenemos para ganarlo. El Reino de los Cielos es más valioso que cualquier cosa material en este mundo, y nuestra prioridad debe ser siempre buscarlo con todo nuestro corazón y alma.

En la segunda parábola, Yeshúa nos dice que el Reino de los Cielos es como un comerciante en busca de perlas finas. Al encontrar una perla de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra. Aquí, la perla de gran valor simboliza la salvación y la vida eterna que se encuentran en el Reino de los Cielos. El comerciante, al igual que el hombre en la primera parábola, reconoce el valor incomparable de la perla y está dispuesto a renunciar a todo para adquirirla. Esta parábola nos enseña la importancia de buscar activamente el Reino y estar dispuestos a hacer cualquier sacrificio necesario para obtener la salvación.

La tercera parábola nos presenta el Reino de los Cielos como una red lanzada al mar que recoge peces de toda clase. Cuando la red se llena, los pescadores la sacan a la orilla y separan los peces buenos de los malos. Los buenos los ponen en canastas, y los malos los arrojan. Yeshúa explica que así será al final de los tiempos, cuando los ángeles separen a los malvados de los justos y los arrojen al horno ardiente, donde habrá llanto y rechinar de dientes. Esta parábola nos recuerda la realidad del juicio final. Todos seremos juzgados por nuestras acciones y nuestras vidas. Los justos serán recompensados con la vida eterna, mientras que los malvados enfrentarán la condenación. Es un llamado a la conversión y a vivir una vida recta y santa, siempre preparados para el día del juicio.

Después de contar estas parábolas, Yeshúa pregunta a sus discípulos si han entendido todo esto, y ellos responden que sí. Entonces Yeshúa les dice: «Todo escriba que se ha convertido en discípulo del Reino de los Cielos es como el dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas». Aquí, Yeshúa nos enseña que aquellos que son instruidos en el Reino de los Cielos tienen la responsabilidad de compartir tanto las enseñanzas antiguas como las nuevas. Como seguidores de Mshikha, debemos ser fieles custodios de la Palabra de Alaha y transmitir su mensaje de salvación a todos.

El Evangelio nos dice que Yeshúa fue a su tierra natal y enseñó en la sinagoga, y la gente se asombró de su sabiduría y sus obras poderosas. Este pasaje nos muestra que incluso en su propia tierra, Yeshúa fue reconocido por su sabiduría divina, aunque muchos se sorprendieron y dudaron de él.

Queridos hermanos, el llamado del Evangelio de hoy es claro. Debemos reconocer el inmenso valor del Reino de los Cielos y estar dispuestos a renunciar a todo para obtenerlo. Debemos buscar activamente la salvación y vivir vidas santas, siempre preparados para el juicio final. Y como discípulos de Mshikha, tenemos la responsabilidad de compartir la Palabra de Alaha con otros, sacando de nuestro tesoro tanto lo nuevo como lo viejo.

Que el Señor nos conceda la gracia de valorar su Reino por encima de todo, buscarlo con todo nuestro corazón y vivir fielmente sus enseñanzas.

28 de junio de 2024