Nuestro Refugio, Nuestra Esperanza, Nuestra Salvación y Nuestra Luz
Pocos nombres resuenan con tanto poder y significado como el de Yeshúa, conocido por muchos como Jesús. Para los seguidores de la fe apostólica, Yeshúa no solo representa una figura histórica, sino la encarnación viva de la promesa divina y la manifestación del amor incondicional de Mar-Yah. Yeshúa es nuestro refugio, nuestra esperanza, nuestra salvación y nuestra luz.
La vida está llena de desafíos y adversidades. En momentos de tribulación, angustia y desesperación, buscamos un lugar seguro donde podamos encontrar paz y consuelo. En el Salmo 46:1-2, se nos recuerda: «Alaha es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar.»
Yeshúa es ese refugio seguro. En Mateo 11:28-30, Él mismo nos invita: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.» En Yeshúa, encontramos la paz que el mundo no puede ofrecer, una paz que trasciende todo entendimiento y nos brinda seguridad en medio de la tormenta.
La esperanza es una fuerza poderosa que nos impulsa a seguir adelante, incluso cuando el camino es oscuro y lleno de obstáculos. En Yeshúa, encontramos una esperanza viva y eterna. Tito 2:13 nos habla de «la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Alaha y Salvador Yeshúa el Mesías.»
La resurrección de Yeshúa es la prueba definitiva de que nuestra esperanza no está en vano. 1 Pedro 1:3 nos dice: «Bendito sea el Alaha y Padre de nuestro Señor Yeshúa el Mesías, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Yeshúa el Mesías de los muertos.» Esta esperanza nos sostiene, sabiendo que, así como Yeshúa venció a la muerte, nosotros también tenemos la promesa de la vida eterna.
El concepto de salvación es central en la fe apostolica. Yeshúa vino al mundo para salvarnos del pecado y reconciliarnos con Mar-Yah. En Juan 3:16-17, leemos: «Porque de tal manera amó Alaha al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Alaha a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.» Esta salvación es un don gratuito, accesible para todos los que creen y aceptan a Yeshúa como su Salvador.
En un mundo lleno de oscuridad y confusión, Yeshúa se presenta como la luz que guía nuestros pasos. En Juan 8:12, Yeshúa declara: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.» Esta luz no solo ilumina nuestro camino, sino que nos transforma, permitiéndonos reflejar la luz de Yeshúa a los demás.
El Salmo 27:1 refuerza esta idea: «Mar-Yah es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? Mar-Yah es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?» Cuando caminamos en la luz de Yeshúa, no tenemos por qué temer a la oscuridad, pues Su presencia nos brinda claridad, propósito y dirección.
Yeshúa es, sin lugar a dudas, nuestro refugio, nuestra esperanza, nuestra salvación y nuestra luz. En Él encontramos la paz en tiempos de tribulación, la esperanza en momentos de desesperanza, la salvación en medio de la perdición y la luz en medio de la oscuridad. Al abrazar a Yeshúa como nuestro Mesías y Salvador, somos transformados y capacitados para vivir vidas llenas de propósito y significado, reflejando el amor y la gracia de Mar-Yah al mundo que nos rodea. Que cada día busquemos más profundamente en Él, confiando en Su promesa eterna y siguiendo Su luz que nunca se apaga.